Niñas pobres hallan escape en el ballet

Niñas pobres hallan escape en el ballet

29 Ago 2014 / ADM / IGLESIA Y MINISTERIO

En un barrio pobre rodeado de rascacielos, Gabriela Aparecida, de 8 años, se acomoda el pelo rizado con un moño esperando por un aventón a su actividad favorita: ballet.

La niña delgada atraviesa la entrada hacia el callejón sucio para darle un abrazo a la voluntaria de la iglesia que la lleva a su clase de baile.

Gabrielita, quien creció entre traficantes de drogas y adictos, todavía tiene que aprender a leer.
Ella y otras niñas proceden de un duro barrio y están aprendiendo arte por cortesía de un grupo de una iglesia local que les brida también comida, asesoramiento y estudios bíblicos.

Esta clase es parte de varios grupos en los que las jóvenes bailarinas esperan que una respetada bailarina brasileña reclute a decenas de niñas necesitadas para un taller anual.

Más de 20 niñas entre 5 y 12 años suben a una camioneta y viajan 10 minutos a su clase, 2 veces por semana donde se visten con mallas rosadas o negras y zapatillas de ballet que fueron donadas por una tienda de artículos de danza.

El tiempo dedicado a la gracia y el control es bien distinto al que pasan en el día a día. Los padres de muchas niñas están en recuperación o son adictos a las drogas, algunas viven con familia vendedores de drogas o fueron abandonadas y son albergadas por vecinos.

Algunas han sido abusadas.

Las niñas crecidas en favelas tienen más probabilidades de quedar embarazadas y ser analfabetas. Hay niñas que no se bañan en días, que no saben cómo cepillarse los dientes, que pasan todo el día encerradas en sus casas, dice la instructora, Machado que se preocupada por ellas.

Machado abrió un estudio llamado «Casa de Sueños» en el vecindario. Machado misma fue criada por una persona drogadicta, quien luego se recuperó, en Bahía.

La bailarina internacional de ballet Priscilla Yokoi, visitó recientemente al grupo y eligió a cinco niñas para el taller anual en el que 150 niños de escasos recursos podrán tomar cuatro días de clases con bailarines extranjeros y presentándose en un espectáculo en octubre.

«La manera en la que veo el ballet en estos lugares necesitados es que le da a los niños esperanza. Hacen una audición, participan en un taller y están más motivados», dijo Yokoi. «Veo el proyecto como una ventana hacia lo que se puede convertir el ballet en Brasil si encontramos talento en estas comunidades».

El ballet es una puerta de salida del oscuro mundo de esas niñas.

Fuente: AP
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